Llegada del café en América. Blogonovela del Café.

Misión cafeto en la historia de Mathieu de Clieu

Parte 4 de 7

Parte 1

Parte 4

Llegada del café en América

Fue más fácil de lo que pensó; rápidamente llegó al techo y caminando con cuidado buscando los soportes metálicos para no pisar el vidrio; llegó junto a la ventana más próxima; amarró un extremo de la soga en un pedazo de varilla metálica dejada fuera de la estructura como adorno y arrojó el resto de la soga por la ventana, una vez que verifico que el nudo estaba en su lugar y firme, De Clieu dio inicio el descenso.

Fue más bien un aterrizaje; se deslizó rápidamente frenando con los pies y manos, a los pocos segundos después ya avanzaba entre los pasillos llenos de olores, humedad y plantas verdes; sabía teóricamente en qué pasillo estaba la plata, pero rogaba a Dios que no la hubiesen movido a otro sitio; aunque plantada en tierra, la planta era pequeña y por eso podía ser transportada fácilmente.

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“llegada del café en América”

Pero Gabriel no quería toda la planta; que de todos modos hubiese sido un problema transportarla, sino un esqueje; una pequeña rama de la cual nacerían otras.

La plateada luz de la Luna entró por los ventanales y el militar caminó rápidamente, movido por su memoria más que por la vista; pocos minutos después estaba frente a la planta de coffea, regalo del Rey Holandés a Francia; tesoro personal de Luis XIV; con un filoso cuchillo que sacó de su cinturón, De Clieu cortó una rama y sacando la maceta que llevaba; recogió tierra de alrededor de la planta y llenó hasta la mitad el macetero, sembró el esqueje y una vez que verificó que estuvo firme en su nueva hábitat; se puso de pie y encaminó los pasos hacía la ventana por la que había entrado.

Trepó de regreso; retiró la soga que colocó de nuevo en su espalda; la maceta iba segura en una pequeña bolsa de tela que había conseguido para esta misión y caminando de nuevo con cuidado entre los soportes metálicos llegó al extremo del techo con la pared, iba a iniciar a bajar, cuando escuchó pasos y vió una luz que se aproximaba desde el palacio.

Se quedó quieto, sin hacer ruido alguno, la luz de la luna bañaba toda la plaza y los jardines,  hacía visible la negra silueta del mosquetero en el techo del edificio.

Pero el hombre que caminaba lento no cambió de dirección ni se detuvo, bajó los escalones de piedra para descender al nivel del invernadero, caminó hacia la entrada y con la lámpara de aceite encendió otras dos que se encontraban a un lado de la enorme puerta de cristal.

Enseguida regresó sobre sus pasos, al subir las gradas, el capitán claramente escuchó al hombre cantar; luego el sereno se dirigió a otras lámparas colocadas en las esquinas de los edificios más lejanos en donde realizó la misma operación de encender las lámparas. De Clieu sonrió; todo iba bien, bajó con agilidad propia de sus 34 años y entrenamiento militar y recogió su sombrero puesto sobre el arbusto; acomodó su capa para que no dejara ver su precioso cargamento colocado en su espalda y caminó resuelto, tranquilo, pero rápido en la misma ruta que usó para entrar. En la caballeriza, dos guardias le hicieron el saludo; le invitaron un vaso de vino, que él rehusó con gratitud y sacando a su corcel, lo montó y se dirigió a la salida, nadie lo detuvo, nadie preguntó nada. Eran las diez de la noche y la temperatura bajaba. El capitán Gabriel Mathieu de Clieu; de los dragones negros del Rey Luis XIV; dejaba atrás su servicio militar, dispuesto a convertir su sueño en realidad, o morir en el intento.

Siete días después el Normandie, velero de dos palos y treinta  cañones llegaba al puerto de Lisboa, después de haber zarpado de Le Havre en Francia, con destino a las Indias Orientales; repostó alimento y agua y subió algunos pasajeros con destino al Nuevo Mundo. Gabriel vio su camarote invadido por dos portugueses que, al igual que él, habían pagado el precio al capitán para viajar lo más cómodo posible en aquel buque.

A uno de ellos; la planta de 30 centímetros de altura colocada en la maceta de barro y fuertemente amarrada a un madero en el camarote no le pasó desapercibida.        Es coffea arábica ¿Verdad?-le preguntó en la noche al francés.        ¿La conoce bien? -preguntó de Clieu intrigado.        Estuve en Arabia un tiempo, vi los cultivos y estoy seguro que usted lleva una planta de esa variedad-le contestó en perfecto francés el hombre.        Si -aceptó Gabriel- es un encargo del Rey, llevarla a su colonia en Martinica; para probar si se desarrolla bien.        ¡Sí, claro! –el hombre sonrió enigmáticamente –Que tenga suerte- dijo y se acostó a dormir en la hamaca que le habían asignado.

Autor: Efraín Cortez.

Gracias por leer "Llegada del café en América."Sigue esta historia en el próximo post del miercoles.

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